Aparentamos saberlo todo, y como consecuencia, em-brollamos nuestra vida.
He aquí una historia. En la escuela de un pequeño pueblo, un profesor
enseñaba la historia de Rama. Casi todos los niños dormi-taban. Esto no es raro
cuando se recita el Ramayana; hasta los adultos duermen una siesta en esos
momentos, porque la historia ha sido contada y recontada tantas veces que ha
perdido su significado. La novedad ya ha desaparecido.
El profesor recitaba en forma mecánica, sin tan sólo darle un vistazo al
libro abierto frente a él e incluso cualquier observador ajeno a la situación
hubiera afirmado que también estaba dormitando. Se sabía la historia de memoria
y estaba relatando los episodios como un loro. No se daba cuenta de lo que
estaba diciendo, pues aquél que ha aprendido algo de memoria no conoce el
significado de lo que dice.
De pronto ocurrió algo: el Inspector había entrado en la clase. Los
alumnos se pusieron de pie y el profesor también se puso alerta. Continuó con
la lección.
El Inspector dijo: Me alegra ver que les está enseñado el Rama-yana. Les
preguntaré algo acerca de Rama». Suponiendo que los niños recuerdan fácilmente
todo lo referente a destrozos y palizas, formuló una sencilla pregunta:
«Decidme, niños: ¿Quién rompió el arco de Shankara?»
Un niño levantó rápidamente su mano, se puso de pie y dijo: «Perdóneme,
señor. Yo no lo rompí. Estuve ausente durante quince días, y tampoco sé quién
lo rompió. Quiero aclarar esto de inmediato, pues siempre que pasa algo en la
escuela, yo soy el primero en ser acusado».
Esto fue como un golpe inesperado para el Inspector. Le lanzó una mirada
al profesor, el cual estaba a punto de alzar su bastón. El profesor dijo: «Con
toda seguridad que este desalmado debe de ser el culpable. Es el peor de
todos», y le rugió al muchacho: «Si no fuiste tú, ¿para qué te levantaste a
decir que no lo habías hecho?» y le aconsejó al Inspector que no se dejara
engañar por el chico.
El Inspector pensó que lo más prudente era no decir nada. Dio media
vuelta y salió de la clase. Enfurecido, se fue derecho hacia la oficina del
Director y le relató el incidente en detalle.
Le preguntó al Director qué hacer con respecto a esto. El Director instó
al Inspector a no indagar más allá con el asunto, pues en estos días resultaba
una imprudencia decir algo a los estudiantes. No importaba quién lo hubiese
roto, era preferible que el asunto terminara allí. En los últimos dos meses
había habido paz en la escuela. Antes de eso, los estudiantes habían destrozado
y quemado numerosos muebles. Era mejor guardar silencio. En estos días, decirle
cualquier cosa a los estudiantes equivalía a invitar grandes problemas. En
cualquier momento podían convocar una huelga, una dharna, un ayuno hasta la inanición.
El Inspector se quedó sorprendido. Estaba aturdido, atónito. Se acercó
al Presidente del Comité de la Escuela y le relató todo lo que le había pasado:
que en una clase se estaba enseñando el Ramayana, que un niño afirmaba no haber
roto el arco de Shankara, que el pro-fesor aseguraba que ese mismo niño debía
de ser el culpable, que el Director sugería que se le echara tierra al asunto,
quienquiera que fuese el culpable, que es inapropiado buscar culpables, que
había un temor constante a que estallara una huelga, etc. El Inspector le pidió
su opinión al Presidente.
El Presidente le dijo que su actitud era prudente. Dijo además que era
mejor no preocuparse por el culpable, que quienquiera que fuese el que lo
hubiese roto, el Comité lo haría reparar. Era mejor repararlo que seguir
ahondando en el caso.
El Inspector, que se hallaba anonadado con esta situación, me relató
esta experiencia. Le dije que, en lo fundamental, no había nada nuevo en su
historia. Es una debilidad humana común el vanagloriarse con aquello de lo cual
probablemente no sabes nada. Nadie se acordaba de la rotura del arco de
Shankara. ¿No hubiese sido mejor para ellos preguntar quién era este Shankara
cuyo arco había sido roto? Pero nadie se halla dispuesto a reconocer su propia
ignorancia. Ningún hombre es tan valiente. Esta ha sido la falta más grande en
la historia de la Humanidad; esta debilidad ha resultado suicida. Aparentamos
saberlo todo, y como consecuencia, em-brollamos nuestra vida. Nuestras
respuestas a todos los problemas son similares a las dadas por el niño, el
profesor, el Director y el Pre-sidente. Intentar responder sin comprender la
pregunta hace del hombre un tonto. Equivale a engañarse a sí mismo.
Además, también existe una actitud de indiferencia. El hombre que fuera
indiferente preguntaría, «¿Acaso se acabará el mundo si no sabemos quién rompió
el arco de Shankara?»
En contraste con los problemas de este absurdo cuento, existen enigmas
más profundos en la vida, y de las soluciones apropiadas a ellos depende si la
vida puede o no ser decente, si la vida puede o no ser armoniosa, si nuestro
rumbo es el rumbo correcto para progresar, etc. Creemos conocer las respuestas,
aun cuando las consecuencias nos muestran cuán incorrecta es nuestra percepción
de la vida. Las vidas de todos nosotros demuestran que no sabemos nada de la
vida; de otro modo, ¿cómo podría haber tanta desesperanza, tanto su-frimiento,
tanta ansiedad?
Afirmo lo mismo con respecto a nuestro conocimiento del sexo: que no
sabemos nada de él. Quizás no estés de acuerdo con esto. Argumentarás: «Es
posible que no sepamos nada del alma o de Dios, pero, ¿cómo puedes decir que no
sabemos nada respecto al sexo?» Probablemente replicarás que tienes una esposa,
que tienes hijos ¿y qué? Aún así, me atrevo a decir que no sabes nada sobre el
sexo. Puede que hayas tenido experiencias sexuales, pero no sabes más sobre el
sexo que lo que sabe un animal. Experimentar un proceso en forma mecánica no
basta para conocerlo.
Un hombre puede haber conducido un automóvil durante dos mil kilómetros,
pero esto no implica que sepa algo acerca del motor, del ensamble o del
funcionamiento del automóvil. Puede que ridiculice mi afirmación diciendo que
lo ha conducido a través durante dos mil kilómetros y aun así me aventuro a
opinar que no sabe nada acerca del automóvil. Repito que conducir un automóvil
es diferente a cono-cer su funcionamiento interno.
Un hombre oprime un botón y enciende la luz. Lo oprime nue-vamente y la
luz desaparece. Ha hecho esto en innumerables oca-siones. Si afirma que lo sabe
todo respecto a la electricidad porque puede conectarla o desconectarla cuando
lo desea, diremos que es un bobo. Hasta un niño puede encender y apagar la luz.
No es nece-sario saber de electricidad para ello.
Cualquiera puede contraer matrimonio. Cualquiera puede tener hijos. Esto
no tiene nada que ver con la comprensión del sexo. Los animales también
procrean, pero eso no significa que sepan algo del sexo.
La verdad del asunto es que el sexo no ha sido estudiado en forma
científica. No se ha desarrollado ninguna filosofía o ciencia sexual porque
todo el mundo ha creído que sabe acerca del sexo; no se sin-tió necesidad
alguna de tener escrituras respecto al sexo. Nadie nece-sitó la ciencia del
sexo. Esto representa un grave vacío en el saber de la Humanidad.
El día en que desarrollemos totalmente la escritura, la ciencia o un
sistema completo de pensamiento respecto al sexo, produciremos una nueva raza
humana. Entonces no seguirán apareciendo seres hu-manos tan repugnantes e
insípidos, débiles y lánguidos. Ya no se ve-rán en esta tierra hombres
enfermos, débiles y anticuados.
No es necesario continuar engendrando una generación como la presente,
que ha nacido en el pecado y la culpa. Pero no somos cons-cientes de esto.
Estamos habituados a encender y a apagar la luz y hemos concluido que sabemos
suficiente respecto a la electricidad. Aun al final de su vida, el hombre no
llega a saber lo que es el sexo. Sólo sabe el «encender y apagar», y nada más.
Nunca profundizamos en el asunto, jamás reflexionamos respecto a la
práctica sexual, nunca intentamos llegar al fondo del asunto y meditar acerca
de ello, pues estamos inmersos en la ilusión de que sabemos todo a su respecto.
Cuando todo el mundo lo sabe todo, ¿para qué reflexionar acerca del asunto? Y
con ello deseo decirles que no existe en la vida y en el mundo misterio más
profundo, secreto más profundo o tema más profundo que el sexo.
Sólo recientemente hemos logrado concebir al átomo y el mundo ha
experimentado un tremendo cambio. Pero cuando logremos cono-cer plenamente el
átomo del sexo, la humanidad iniciará una nueva era de sabiduría. Es difícil
predecir la enormidad, las grandes alturas que podremos alcanzar cuando
desentrañemos el proceso y la técnica del nacimiento de la vida. Sin embargo,
podemos afirmar algo con seguridad: la energía y la conducta sexual es el tema
más misterioso, profundo, preciado y maldecido de todos y estamos en total
obs-curidad acerca de él. Nunca prestamos atención a este importante fenómeno.
Un hombre atraviesa el rutinario acto sexual durante toda su vida, pero no sabe
lo que esto es.
Cuando el primer día hablé acerca del vacío, de la ausencia de ego, de
la ausencia de pensamientos, muchos amigos no se sintieron convencidos. Un
amigo me dijo que: «Nunca pensé acerca de esto, pero tal y como dijiste, así ha
ocurrido». Una señora vino y me dijo, «Nunca he experimentado esto. Cuando
hablas acerca de ello, recuer-do que mi mente se silencia y se siente
complacida, pero nunca sentí ausencia de ego o alguna otra experiencia profunda».
Es posible que muchos no hayan pensado en esto. Discutamos algunos
puntos en forma más detallada. En primer lugar: el hombre no nace con el
conocimiento de la ciencia del sexo. Son muy escasas las personas que,
reteniendo las impresiones de muchas vidas pa-sadas, son capaces de comprender
plenamente el arte del sexo, el procedimiento para la compatibilidad o el
conocimiento de sus míni-mos detalles. Estas son las almas que pueden alcanzar
el estado del verdadero celibato. Para una persona que conoce la total
autenticidad y todas las implicaciones del sexo, el sexo se vuelve inútil. Lo
atra-viesa. Lo trasciende. Pero personas como éstas no han hablado en detalle
acerca del tema. Y no forma parte de la tradición el discutir el sexo con
aquellos que ya han alcanzado la trascendencia. Además, aquellos que han
alcanzado el estado de celibato puro sólo pueden hablar acerca de sus
nacimientos y vidas anteriores después de enor-mes esfuerzos.
Sólo un perfecto célibe puede revelar la verdad acerca del sexo, acerca
del acto sexual y la divinidad. Aquellos que son sensuales no comprenden nada
de esas sutilezas, y, debido a su ignorancia, sus vidas se hallan inmersas
hasta el final en la sexualidad. Los animales tienen un tiempo determinado para
la unión sexual, tal como los dije antes. Tienen una temporada. Esperan el
momento propicio, estar en la disposición adecuada. Sin embargo, el hombre no
tiene un momento definido para ello... ¿Por qué? Probablemente el animal ha
alcanzado un estrato del sexo más profundo que el hombre.
Los que han investigado sobre el sexo, los que han profundizado más en
él, los que han meditado sobre la multiplicidad de la vida, han formulado una
pauta. Han concluido que si el acto sexual puede ser prolongado durante un
minuto, el hombre deseará repetirlo al día siguiente, pero que si se prolonga
durante tres minutos, no se acordará del sexo durante una semana. Y aun más, si
el acto pudiese ser prolongado durante siete minutos se vería libre del sexo en
un grado tal que en él no surgiría ninguna idea de pasión en los tres meses
venideros. Y si dicho período pudiese extenderse a tres horas se vería libre de
él para siempre. ¡No deseará repetirlo nunca más!
Pero por lo general, la experiencia del hombre se prolonga sólo por un
instante. Es difícil incluso imaginar que se prolongue durante tres horas. Sin
embargo, reitero que si una persona puede permanecer en el acto sexual, en ese
samadhi, en esa inmersión durante tres horas, un solo acto bastará para
liberarle del sexo por el resto de su vida. Produce tal satisfacción, una
experiencia tal, un éxtasis tal, que perdura toda la vida. Después de una unión
sexual perfecta no queda barrera alguna para que el hombre alcance el verdadero
celibato.
Aun después de una vida llena de experiencias sexuales nunca nos
aproximamos siquiera a ese supremo estado divino. ¿Por qué? El hombre alcanza
la madurez, se acerca al final de su vida, pero nunca se libera de la lujuria
del sexo, de la pasión por fornicar. ¿Por qué? Ni comprendió, ni se le informó
respecto al arte del sexo, de la ciencia del sexo. Nunca reflexionó al
respecto, ni lo discutió con los Iluminados.
Puede que te sientas escéptico respecto a que ese momento pueda ser
prolongado durante tres horas... Te daré algunos indicadores. Si atiendes a
ellos, la jornada hacia el celibato se simplificará. Mientras más rápida sea la
respiración, menor es la duración del acto sexual. Y mientras más calmada y
lenta sea la respiración, más se prolongará el acto. Y mientras más se
prolongue el acto sexual, mayores posibilidades habrán de hacer del sexo una
puerta hacia el samadhi, un canal hacia la superconsciencia. La realización de
la ausencia de ego y de la ausencia del tiempo aparece en el hombre en ese
sexo-samadhi, tal como expliqué con anterioridad. La respiración debiera ser
muy lenta. A medida que la respiración se hace más lenta, el sexo abrirá
perspectivas más y más profundas de realización.
Otra cosa que debe recordarse es que, durante el acto, la atención
debiera estar focalizada entre los ojos, que es la localización del Agni
chakra. Si la atención se centra allí, la intensidad y duración del clímax
puede prolongarse por tres horas. Y un acto sexual de esas caracte-rísticas
puede implantar firmemente al hombre en el terreno del celibato, no sólo en
esta vida, sino también en la siguiente.
Una dama escribe para preguntar, diciendo que Vinoba es célibe, y si
pienso acaso que él no ha tenido una experiencia de samadhi. Prosigue apuntando
que yo soy célibe, que no estoy casado y que, por tanto, puede que yo tampoco
tenga la experiencia del samadhi. Si esta dama está presente aquí, deseo
decirle que ni yo, ni Vinoba, ni nadie puede comprender el estado y la
significación del celibato sin la experiencia real del sexo. Esa experiencia
puede haber ocurrido en esta vida o en una anterior. Aquel que alcanza el
celibato en esta vida lo logra debido a una unión sexual profundamente
comprometida en una vida anterior. No de otra forma. Esa es la única
explicación. Si un hombre ha tenido una experiencia sexual profunda en una vida
anterior, nacerá libre del sexo en esta vida. El sexo no le perturbará, ni
siquiera en su imaginación. Al contrario, le sorprenderá la conducta de las
demás personas en este aspecto. Se asombrará de ver que las personas andan
locas tras el sexo. Tendrá que esforzarse por distinguir a un hombre de una
mujer.
Si una persona imagina que puede ser célibe desde la infancia sin
ninguna experiencia previa, no será otra cosa que un neurótico. Aque-llos que
siempre alaban el celibato determinan la desintegración del hombre. Nada mejor
puede surgir de esto. El celibato no puede ser impuesto. Sólo evoluciona como
un clímax de la experiencia interna. El brahmacharya -el celibato- es el
resultado de una experiencia serena y profunda, y esa experiencia es la del
sexo. Si uno ha tenido una experiencia total al menos una vez, se verá liberado
del sexo en el interminable rosario de sus vidas.
Tantra Yoga Meditación |
Hasta ahora he discutido los dos factores de esa absoluta expe-riencia:
que la respiración deberá ser tan superficial como si no exis-tiera y que la
atención debiera estar en el Agni chakra, en el punto medio entre los ojos.
Cuanto más centrada se halle la atención en este centro, más profunda será,
automáticamente, la relación sexual. Y la duración se prolongará en directa
proporción a la lentitud de la respiración. Por primera vez te darás cuenta de
que la atracción de la mente no es por la relación sexual en sí. La atracción
magnética es por el samadhi. Si podemos ascender a esas alturas, si podemos
atis-bar ese destello, éste iluminará tu camino futuro.
Por largo tiempo, un hombre ha estado yaciendo en un cuarto sucio y
ruinoso, lleno de olores desagradables. Las paredes del cuarto están
resquebrajadas y manchadas. Se pone de pie y abre una ventana. Ahora puede ver
al sol brillando en el cielo; puede ver las aves volando libremente en las
alturas. Y aquél que ha llegado a conocer el amplio cielo, el sol, la luna, las
aves que vuelan, los árboles que se mecen, las fragantes flores, no se quedará
un instante más en ese cuarto sucio, fétido y oscuro. Se apresurará a salir.
Aquel que logra un vislumbre del samadhi a través del sexo, por efímero
que sea ese vislumbre, conocerá la diferencia entre el interior y el exterior,
entre la libertad y la celda cerrada. Pero en cierta forma, nacemos encerrados
entre paredes, en una estrecha celda, oscura y sucia. Y resulta esencial darse
cuenta de la existencia del mundo exterior, pues es éste el que en último
término nos dará la inspiración necesaria para volar afuera. Una persona que no
abre la ventana y se queda inmóvil en un rincón con los ojos cerrados afirmando
que no mirará esta sucia casa, no podrá modificar en nada la situación. Se
quedará en la sucia casa para siempre.
Uno que se cree célibe se halla en la celda del sexo en el mismo grado
que cualquier hombre común. La única diferencia que existe entre él y tú es que
él se ha propuesto cerrar los ojos y tú los tienes abiertos. Lo que tú haces a
nivel físico, él lo hace a nivel mental. Aún más: los actos físicos son
naturales, pero la imaginación viciosa es perversión. Así que os animo a que no
os opongáis al sexo, sino que lo comprendáis con simpatía. Otorgadle al sexo
una condición sagrada.
Hemos discutido ya dos principios. El tercero es la actitud con la que
nos involucramos en el sexo. En el momento del acto sexual, nos acercamos a
Dios. Dios se halla allí en el acto de la creación que da origen a una nueva
vida, y por tanto la actitud mental debiera ser la de un hombre que acude al
templo o a la iglesia. En el clímax es cuando estamos más cerca del Supremo.
Nos transformamos en un instrumento. Una nueva vida surge, entra en la
existencia. Procreamos... ¿Cómo? En el acto sexual es cuando más cerca estamos
del Creador y su sombra nos convierte también en creadores. Si nos acercamos al
sexo con una mente pura y un sentimiento de reverencia, podremos fácilmente
tener una visión de El.
Pero desgraciadamente encaramos el sexo con indiferencia. Nos
aproximamos al sexo con una actitud de condena, con una sensación de
persecución y pasamos por alto la existencia del Creador. Uno debiera encarar
el sexo con la misma reverencia con que uno acude al templo. La esposa debiera
ser considerada como parte de la divi-nidad y al esposo debiera vérsele como a
Dios. Uno no debiera involucrarse en el sexo si se siente angustiado,
rencoroso, celoso, indignado, preocupado o en una atmósfera impura. Sin
embargo, lo que generalmente se hace es lo opuesto. Cuanto más lleno uno está
de ira, de aflicción, de sufrimiento, de desesperanza, más busca el sexo. Un
hombre alegre no busca el sexo. Un hombre triste se involucra en el sexo porque
lo considera una puerta de escape adecuada frente a la infelicidad. Pero
recuerda que si te acercas a él con amargura, con irritación, con condena, con
languidez o tristeza en tu mente, nunca lograras esa satisfacción, esa
realización que toda tu alma anhela.
Os invito a que os aproximéis al sexo sólo cuando os sintáis ale-gres,
llenos de amor y, por último -pero no por eso menos importante- cuando os
sintáis en actitud de oración. Sólo debierais pensar en tener relaciones cuando
supieras que vuestro corazón se halla lleno de alegría, paz y gratitud. Un
hombre tal puede alcanzar la sublimación del sexo. La realización total del
sexo, por lo menos en una ocasión, es suficiente para liberarte del sexo para
siempre, para que rompas la barrera y penetres en la periferia del samadhi.
Un niño que sale del vientre materno se halla afligido, como un árbol
cuando es arrancado de raíz. Todo su ser anhela unirse a la tierra.
Permaneciendo unido a la tierra obtenía vida, energía, nutrición. Si es
desenraizado, clama por regresar, pues ahora ha sido separado de la línea
vital. Un niño es separado de su mundo cuando sale del útero de su madre.
Ahora, las ansias de su alma y de su vida son volver a unirse con la madre, con
el origen. Este anhelo es bautizado como la sed de amor. ¿Qué otra cosa
queremos expresar con «amor»?
Toda persona desea indulgir en el dar-y-recibir del amor; todo el mundo
anhela reunirse con la corriente de la vida y obtiene la expe-riencia más
profunda de esa unidad al consumar el acto sexual, en la copulación, en la
unión sexual de un hombre y una mujer. Esta es la primera experiencia de la
unidad original.
Por lo tanto, la unión de un hombre y una mujer tiene un significado muy
profundo. El ego se evapora en la fusión de dos seres humanos. Una persona que
realmente comprende la esencia de esta unidad, este anhelo de amor y unidad,
también puede comprender el significado de otro tipo de unidad. Un yogui
también está unién-dose, un asceta también está uniéndose, un santo también
está unién-dose, un meditador está también uniéndose, una persona en el acto
sexual también están uniéndose. Una persona se identifica con otra persona, se
funde y se convierte en una. En el samadhi, una persona se une con el universo
entero y se vuelve uno con él. En el sexo, hay una fusión de dos personas,
mientras que en el samadhi una persona pierde su identidad y se vuelve una con
el universo. Pero un encuentro de dos personas es temporal, mientras que la
unión de una persona con el universo es eterna.
Cualquier pareja de seres humanos es finita y por tanto, su unión no
puede ser infinita, no puede ser eterna. Y aquí radica la dificultad. Esta es
la limitación del matrimonio, del amor físico: no podemos unirnos para siempre
con quien deseamos unirnos. Nos unimos por un momento en el éxtasis, pero
nuevamente debemos separarnos. La separación es dolorosa y por tanto, los
amantes se hallan en continua desespero. El cónyuge aparece como la causa de
este aislamiento, de esta sensación de soledad; de ahí surge la irritación en
la relación.
Pero los eruditos sostendrán que dos personas, indepen-dientemente de
quiénes se trate, poseen básicamente, dos identidades diferentes y que pueden,
mediante un esfuerzo, encontrarse tempo-ralmente, pero no pueden permanecer
unidas para siempre, ni siquiera en un nivel espiritual. Y de esta pasión
insatisfecha surge una pugna entre los dos amantes. Comienzas a despreciar a
aquel que amas. En ese momento es cuando entra furtivamente una tensión, una
rivalidad, un sentimiento de alienación, un sentimiento de odio, porque
imaginas que, probablemente, la persona con la que deseas unirte no está
dis-puesta, y de ahí que la fusión no sea completa. Pero no puede echár-sele la
culpa a un individuo de que esto no se complete. Los seres humanos son seres
finitos, y su fusión sólo puede ser finita; no puede durar eternamente. La
fusión eterna sólo puede ocurrir con Dios, con Brahma, con la Existencia.
Aquellos que han comprendido la sutileza del acto sexual pueden imaginarlo: si
la unión momentánea con un individuo puede dispensar tal grado de dicha, ¿qué
puede esperarse de la unión con lo Eterno? No puedes imaginar esa magnitud de
éxtasis. Es prodigioso, etéreo, trasciende las palabras, es un éxtasis eterno.
Suponed que estamos sentados frente a una lámpara e intentamos imaginar
la diferencia en el grado de luminosidad que hay entre la lámpara y el sol. La
comparación es imposible. ¡Una lámpara es algo tan pequeño y el sol es algo tan
inmenso! Unas seis mil veces más grande que nuestro planeta. Aun cuando se
halla a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, nos proporciona
calor, nos quema. ¿Cómo podríamos estimar la diferencia entre la luz de una
lámpara y la luz del sol? Cualquiera que sea la cifra astronómica,
matemáticamente es posible calcular la diferencia, pues ambos se hallan dentro
de lo que el hombre conoce. La diferencia podría ser determinada. Pero resulta
difícil determinar la diferencia existente entre el éxtasis del clímax del
orgasmo y el éxtasis eterno del samadhi. La unión sexual de dos seres
temporales es frenética, mientras que en la unión con lo Universal, uno se
pierde a sí mismo, como una gota de agua en el océano. No existe forma de
comparar, no existe una unidad que pueda medir la magnitud de esta unión.
¿Buscarías el sexo cuando tras haber conocido ese éxtasis? ¿Pen-sarías
en ese placer efímero cuando has alcanzado ese océano eterno? Un destello de
eternidad convence al hombre de que, en comparación, el placer sensual no tiene
sentido, de que es una locura. Y entonces, las pasiones actuales se vuelven
detestables. Aparecen como un desgaste, un desperdicio de energía, una fuente
de pesares. Cuando esta convicción surge en un hombre, se halla encaminado
hacia la meta deseada, hacia el celibato.
Hay un largo camino entre el sexo y el samadhi. El samadhi es el final
eterno, hacia el cual el sexo es el primer paso. Deseo recalcar que aquellos
que rehúsan aceptar la primera etapa, aquellos que censuran la primera etapa,
no pueden llegar a la segunda, no pueden progresar. Resulta obligado dar el
primer paso con consciencia, comprensión y atención plena. Sin embargo, debes
tener presente que éste no es el fin en sí; es el principio. Debemos dar más y
más pasos para progresar.
Pero el mayor impedimento que se le ha presentado a la Humanidad ha sido
su falta de disposición para dar el primer paso unido a su aspiración por
alcanzar la última etapa. El hombre desprecia el primer peldaño y ambiciona
llegar al final de la escalera. No ha tenido la experiencia de la luz de la
lámpara y anhela el esplendor del sol. Eso es imposible. Debiéramos apreciar
hasta la tenue luz de una pequeña lámpara -que perdura por un rato y es
rápidamente apagada por una suave brisa- si deseamos comprender el significado
del sol. Has de comenzar la primera etapa de la forma correcta para despertar
el anhelo, el deseo, la inquietud por alcanzar la última etapa: llegar al sol.
Una correcta apreciación de la música suave puede trazar el ca-mino hacia la
música eterna. Experimentar una luz suave puede conducimos hacia la luz
infinita. Conocer una gota es un preludio para conocer el océano. El
conocimiento de un átomo puede abrir el misterio de todas las fuerzas materiales,
de las fuerzas de la materia.
La naturaleza nos ha provisto de un pequeño átomo: el sexo. Pero no lo
aceptamos; no lo aceptamos totalmente. Esto se debe a que no tenemos la
capacidad de asombro ni la pureza de mente para reconocerlo, comprenderlo y
experimentarlo. Debido a esto, nos hallamos muy lejos de aprehender ese proceso
que nos podría conducir del sexo al samadhi. Tan pronto como el hombre
reconozca y sienta adoración por este éxtasis trascendental, se acomodará en un
orden social más elevado.
Tantra Yoga Meditación |
El hombre y la mujer son dos polos diferentes: los polos negativo y
positivo de la electricidad. Una unión apropiada de estos dos com-pleta un
circuito, produce un tipo de electricidad, una armonía musical. Es posible
conocer directamente esta electricidad si el acto sexual puede ser prolongado
por más tiempo, en profunda y total entrega. Si se le puede prolongar por una
hora, se producirá, por sí sola, una elevada carga, un halo de electricidad. Si
las corrientes del cuerpo se abrazan la una a la otra en forma total, podremos
incluso ver una mancha de luz en la oscuridad. Una pareja que experimenta esta
corriente de energía en sí misma, está bebiendo de la copa vital más colmada.
Pero no somos conscientes de este fenómeno. Creemos que estas charlas
son muy extrañas, porque no creemos en aquello que no hemos experimentado,
porque esto se halla fuera del ámbito de nuestra experiencia corriente. Si no
hemos tenido esta experiencia, deberíamos reflexionar e intentarlo de nuevo.
Deberíamos revisar nuestra vida -especialmente el capítulo del sexo- desde el
ABC. El sexo no debiera ser solamente una forma de obtener placer, sino que
también nos debiera elevar. Es un proceso lógico. Creo que el nacimiento de
Cristo, de Mahavira o de Buda no fue accidental. Fue el fruto de la plena unión
de dos personas. Cuanto más profunda la unión, mejor la descendencia; cuanto
más superficial la unión, peor la descendencia. Hoy en día, el nivel de la
Humanidad va disminuyendo constantemente. La gente culpa de esto al deterioro
de las pautas morales. Algunos lo atribuyen a los efectos del Kaliyuga, la era
predestinada del caos. Pero las suposiciones son falsas y carecen de valor.
Esta degradación sólo se debe a la enorme estupidez que supone nuestra
actitud hacia el sexo, tanto en la teoría como en la práctica. El sexo ha
perdido su cualidad sagrada original; el enfoque ha des-colorido el sentido de
reverencia. Se ha degenerado en una pesadilla mecánica. La actitud ha adquirido
una sutil violencia, en el sentido estricto del término. Ya no es una
experiencia de amor. Ya no es un vehículo de lo sagrado. No es un acto
meditativo. Debido a esto, el hombre está, inexorablemente, cayendo en el
abismo.
El resultado de cualquier cosa que hagamos depende de la actitud mental
con la cual la hagamos. Si un escultor borracho hace una estatua, ¿esperarás de
él que produzca una hermosa obra de arte? Una bailarina danza. ¿Esperas de ella
una actuación deslumbrante si se halla alterada, llena de ira o apesadumbrada?
En forma similar, nuestra forma de acercarnos al sexo ha sido errónea. Es lo
que recibe menos atención en nuestra vida. ¿No es acaso un enorme disparate el
que el fenómeno del cual depende la procreación de la vida, a través del cual
vienen al mundo nuevos niños, nuevas almas, sea el más desatendido?
Probablemente desconoces que el clímax del acto sexual produce un estado por el
cual desciende un alma y así es concebida una nueva vida. Tú sólo produces las
circunstancias. Un alma nace cuando están presentes las condiciones necesarias,
útiles y apropiadas para ella. La calidad del alma guarda directa relación con
la calidad de la circunstancia. El niño concebido en un estado de ira, de culpa
o de ansiedad se encuentra ya afligido desde su con-cepción.
El nivel de nuestra progenie puede ser mejorado, pero para con-cebir un
alma más elevada las circunstancias también habrían de ser de una mayor
calidad. Sólo entonces podrían nacer almas superiores para elevar el nivel de
la Humanidad. Por eso digo que, cuando el hombre se halle familiarizado con la
ciencia y el arte del sexo, cuando le sea posible enseñarlo en forma total
tanto a los niños como a los mayores, nos será posible producir las
circunstancias que darán origen a lo que Aurobindo y Nietzche han llamado
Superhombre. ¡Podemos procrear una descendencia de esa naturaleza! ¡Podemos
crear un mundo de esas características! Hasta entonces no podrá haber
pro-greso, no podrá haber paz en el mundo, no podrán evitarse las guerras, el
odio no podrá ser remediado, la inmoralidad no podrá ser erra-dicada, el mal no
podrá ser eliminado, la corrupción no podrá ser destruida, la oscuridad que hoy
existe no podrá ser extirpada.
Aunque se apliquen todos los conocimientos y tecnologías mo-dernas,
aunque los políticos, sociólogos y líderes religiosos intenten lo que deseen,
las guerras no dejarán de estallar, las tensiones no aflojarán y la violencia y
la envidia no desaparecerán. Los apóstoles, los mesías y los líderes han
predicado, durante los últimos diez mil años, no ir a la guerra, no utilizar la
violencia, no darle cabida a la ira, etc. Pero nadie les ha escuchado. Al
contrario; crucificamos al hombre que nos predicó el evangelio del amor, que
nos enseñó a no ser violentos, que nos mostró un camino espiritual. Gandhi nos
enseñó a practicar la no-violencia, a refinar el alma, a armonizarnos, y le
recompensamos a balazos. Es así como le expresamos nuestra grati-tud por sus
nobles servicios.
Eso también confirma que todos los apóstoles de la Humanidad, pasados y
presentes, han fracasado. Han fallado. Ninguno de los valores ideales de la
vida mencionados y promovidos por ellos ha dado frutos. Ninguno de ellos pudo
ofrecer una panacea práctica. Todos sus elevados ideales han fracasado. Los más
grandes, los más elevados se han quedado en nada. Vinieron, predicaron y se
fueron, pero el hombre aún se halla tanteando en la oscuridad y sumer-giéndose
en el infierno en esta tierra. ¿Acaso esto no demuestra que existe algún error
fundamental en sus enseñanzas y prédicas?
Un hombre frustrado se halla en ese estado porque es concebido en la
frustración. Contiene los gérmenes de la frustración desde el principio; su
alma se halla enferma. Esta enfermedad, este cáncer del sufrimiento y de la
tristeza se halla en la profundidad de su alma. Todo su ser se forma en el
instante en que es concebido y, de este modo, los Budas fracasarán, los
Mahaviras fracasarán, los Cristos fracasarán, los Krishnas fracasarán. Ya han
fracasado.
Puede que no admitamos esto abiertamente debido a un sentido de
decencia, debido a nuestra gratitud, pero el hombre se está volviendo más y más
inhumano día a día. A pesar de tanto hablar de no-violencia, de tolerancia y de
amor, sólo hemos mejorado en cuanto a evolucionar desde el cuchillo a la bomba
de cobalto. Se dice que matamos alrededor de treinta millones de personas
durante la Primera Guerra Mundial ¡y después del armisticio hablamos de paz y
amor! En la Segunda Guerra Mundial, matamos setenta y cinco millones de
personas. Desde entonces iniciamos negociaciones para la paz y la
co-existencia. Desde Bertrand Russell a Vinoba, todos dicen a coro: «La paz
debe ser mantenida. Se ha de mantener la paz». Y nos esta-mos preparando para
una Tercera Guerra Mundial que, comparándola con las guerras previas, éstas parecerán
un juego de niños.
Alguien le preguntó a Einstein lo que podría pasar en una Tercera Guerra
Mundial. Einstein contestó que él no podía profetizar nada sobre la Tercera
Guerra, pero que sí podía predecir algo respecto a la Cuarta. Sorprendido, el reportero
le preguntó qué cómo era que sin poder decir nada de la Tercera Guerra, sí
pudiera predecir algo de la Cuarta. Einstein replicó que una cosa era segura
respecto a la Cuarta Guerra Mundial: que no iba a ocurrir, pues no sería
posible que nadie sobreviviera a la Tercera.
Este es el fruto de las enseñanzas morales y religiosas de nuestra
Humanidad, pero su causa reside en alguna otra parte y necesita una urgente
revisión. A menos que logremos armonizar el acto sexual, a menos que el sexo
del hombre se convierta en una síntesis espiritual, reverenciándolo como una
puerta de salida hacia el samadhi, hasta ese entonces, no podrá surgir una
mejor Humanidad. Es seguro que la Humanidad futura será la peor de las peores,
porque los niños inferiores de hoy tendrán relaciones sexuales y producirán
niños peores que ellos mismos. Cada generación se hundirá más y más. Esto al
menos puede ser profetizado. Hemos alcanzado un estado tan bajo que
probablemente ya no queda más espacio para seguir bajando. En la práctica, el
mundo entero se ha transformado en un gran asilo.
Psiquiatras americanos han deducido de las estadísticas que sólo el
dieciocho por ciento de la población de Nueva York puede ser ca-talogada como
normal en términos psicológicos. Si el dieciocho por ciento es normal
psicológicamente, ¿cuál es la condición del ochenta y dos por ciento restante?
Se hallan casi en estado de desintegración. Y ustedes mismos se verían
sorprendidos de ver la cantidad de locura oculta en su interior si se sentaran
en silencio en un rincón y reflexionaran honestamente sobre sí mismos. La forma
en cómo la controlen y repriman es un asunto totalmente diferente. Un leve
revés emocional y cualquier hombre se transforma en un maníaco.
Hay la posibilidad de que en un plazo de cien años, el mundo en-tero se
transforme en un enorme manicomio. Por supuesto que esto también representará
muchas ventajas: no necesitaremos tratamiento para lunáticos, no habrá doctores
para tratar a los neuróticos. Nadie se sentirá loco, porque el primer síntoma
de un loco es que nunca admite que está loco. Y, bromas aparte, esta enfermedad
va en au-mento. Esta dolencia, esta agonía mental, esta oscuridad mental, sigue
aumentando. No podrá aparecer una nueva Humanidad sin la sublimación del sexo,
sin la divinización de la sexualidad.
He resaltado una ideas durante los últimos tres días: ¡que ha de nacer
un nuevo hombre! El alma del hombre se halla ansiosa por escalar las alturas,
por elevarse hacia el cielo, por iluminarse como la luna y las estrellas, por
florecer como una flor, en la música y el baile. El alma del hombre se halla
angustiada, sedienta por elevarse; pero él está ciego, da vueltas y vueltas en
un círculo vicioso incapaz de romperlo, incapaz de elevarse. ¿Cuál es la causa?
La causa es sólo una: el proceso de la procreación tal y como es en la
actualidad es absurdo, se halla lleno de locura. Y es así porque no hemos
logrado transformar al sexo en una puerta hacia el samadhi. Un acto sexual
iluminado puede abrir la puerta hacia el samadhi.
En estos tres días sólo he elaborado algunos principios. Ahora me
gustaría recapitular un punto y concluir la charla de hoy.
Quiero decir que aquellos que nos alejan de las verdades de la vida son
enemigos de la Humanidad. Aquellos que te dicen que no pienses en absoluto en
del sexo, son los enemigos del hombre. No nos han permitido pensar,
reflexionar; de otro modo, ¿cómo es posible que aún no hayamos desarrollado una
actitud racional con respecto a este asunto?
Una persona que afirme que el sexo no tiene ninguna relación con la
religión se halla totalmente equivocada, pues es la energía del sexo la que, en
su forma transformada y sublimada, penetra en el ámbito de la religión. La
sublimación de la energía vital eleva al hombre a alturas sobre las cuales no
sabemos mucho, a un mundo donde no hay muerte ni penurias. No hay nada excepto
alegría, pura alegría. Y cualquiera que posea esa energía, esa fuerza vital,
podrá elevarse hacia ese nivel de consciencia lleno de alegría y verdad
-sat-chit-anand.
Pero hemos estado desperdiciándola. Somos como cubos con agujeros en su
fondo y los estamos utilizando para sacar agua del pozo. Y mientras la sacamos,
el agua se va escurriendo y nos que-damos con un cubo vacío. Somos como botes
con orificios en su fondo: solamente remamos para hundirnos. Botes como esos
nunca pueden llegar a la otra orilla. Están destinados a hundirse. Toda esta
pérdida se debe a la errónea desviación del flujo de la energía sexual.
Aquellos que exhiben fotografías de desnudos, aquellos que escriben
libros obscenos, aquellos que producen películas sexuales no son responsables
de los agujeros del cubo. La responsabilidad de estas formas de perversión la
tienen aquellos que han colocado ba-rreras en las formas de comprender el sexo.
Y es debido a esta gente que las fotografías de desnudos tienen tanta demanda,
que los libros pornográficos se hallan a la venta, que se filmen películas de
desnudos y que veamos sus efectos repulsivos y absurdos en variadas formas
todos los días. Los responsables de esto son aquellos que llamamos santos y
ascetas. Si observamos con más detalle, ellos son los verdaderos publicistas de
la obscenidad.
Un breve cuento y terminaré con la charla de hoy. Un cura iba a la
iglesia de un pueblo vecino a dirigir un servicio religioso. Casi corría para
poder llegar a tiempo. Al cruzar en su camino una zona llena de arbustos, vio a
un hombre herido tendido en una zanja. Un cuchillo sobresalía de su pecho y la
sangre corría. El cura pensó levantarlo y ayudarle. Pero luego pensó que esto
demoraría su llegada a la iglesia donde debía dar un sermón y predicar. Había
elegido el amor como tema del día. Había elegido hablar de la famosa máxima de
Cristo: «El amor es Dios». Iba a hablar de esto y se hallaba preparando
men-talmente sus notas mientras apresuraba el paso. Mientras tanto, el herido
abrió los ojos y gritó: «Padre, sé que se dirige a la iglesia a dar una charla
sobre el amor. Yo también iba a ir a la iglesia, pero unos maleantes me han
apuñalado y me han dejado aquí. Pero escuche: si sobrevivo, diré a la gente que
un hombre se hallaba agonizando al lado del camino y que, en vez de salvarle,
usted siguió su camino para dar una charla acerca del amor. Le pido que no me
ignore». Esto asustó un poco al reverendo. Reflexionó: «Si este hombre sobre-vive
y relata el incidente, la gente del pueblo dirá que mis sermones son sólo una
farsa». Al reverendo no le preocupaba el hombre agonizante, sino la opinión
pública. De mala gana tuvo que acercarse al hombre. Vio claramente el rostro
del hombre al acercarse más y más. Le parecía algo familiar. Le dijo: «Hijo,
parece que te he visto en alguna parte».
El hombre herido dijo: «Debe haberme visto. Yo soy Satanás y desde muy
antiguo me he relacionado con los sacerdotes y líderes religiosos. Si yo no le
resulto familiar, ¿quién lo va a resultar? El cura le recordó claramente pues
había visto un cuadro de él en la iglesia. El cura retrocedió diciendo: «No
puedo salvarte. Es mejor que mueras. Tú eres Satanás. Siempre hemos deseado que
mueras y es bueno que te estés muriendo. ¿Por qué debería salvarte? Incluso
tocarte es un pecado. Me voy».
Satanás soltó una carcajada y dijo: «Escucha: el día en que yo muera te
quedarás sin trabajo. No puedes existir sin mí. Tú eres lo que eres porque yo
estoy vivo. Yo soy la base de vuestra profesión. Sálvame, pues si muero todos
los curas, padres y reverendos os quedaréis sin trabajo. Os extinguiréis. Ya no
seréis necesarios».
El cura reflexionó y sintió que lo que decía era verdad. De inmediato
cargó con el hombre agonizante sobre sus hombros y dijo: «Mi querido Satanás.
No te preocupes. Te llevaré al hospital para que te curen. Recupérate pronto. Y
por Dios, no te mueras. Tienes razón; si mueres, nos quedaremos sin empleo».
Ni siquiera podemos imaginarnos que Satanás sea la razón de ser del
sacerdote y que el sacerdote se halle detrás de las obras de Satanás. Satanás
se halla muy ocupado en explotar el sexo. La explotación del sexo se halla
detrás de todo. No logramos descubrir al sacerdote detrás de la neblina de toda
esa conmoción. El sexo se ha vuelto más y más atractivo, debido a que los curas
lo han degradado. El hombre se ha vuelto más y más lascivo debido a la continua
condena que del sexo hacen los sacerdotes. Cuanto más se esfuerzan los
sacerdotes en aniquilar los pensamientos del sexo, más misterioso se vuelve
éste, más curiosidad despierta.
El hombre se ha vuelto impotente, se ha convertido en un esclavo del
sexo. Esta impotencia debiera ser repudiada. Deseamos cono-cimiento, no
ignorancia. El conocimiento es poder, y el conocimiento del sexo es un poder
aún mayor. Es peligroso vivir en la ignorancia del sexo.
Es posible que lleguemos a la Luna. No es necesario llegar a la Luna.
Puede que la Humanidad no obtenga mucho llegando a la Luna. El mundo tampoco va
a desaparecer si no logramos bajar a una pro-fundidad de 10 kilómetros en el
Océano Pacífico, donde los rayos del Sol no pueden llegar. Lograr esto no va a
beneficiar excesivamente a la Humanidad. Tampoco resulta demasiado importante
el que divi-damos el átomo y conozcamos o no la energía. Pero es sumamente
importante y de extrema necesidad aceptar, conocer plenamente, com-prender y
transcender el sexo, si deseamos que aparezca un nuevo hombre.
En los últimos tres días os he explicado algunas cosas y mañana
intentaré responder a vuestras preguntas. Las preguntas que formuléis deberán
ser planteadas con honestidad y por escrito, pues la actitud con la cual soléis
interesaros sobre el alma y sobre Dios no servirá. Aquí se trata de la vida y
sólo si se formulan preguntas directas y honestas podremos profundizar en el
tema.
La verdad está lista para ser descubierta. Para conocerla, sólo
necesitamos una curiosidad verdadera, honesta y concienzuda. Sin embargo,
desgraciadamente, carecemos de ella. Osho
Osho |
Fuente: Cuarta Charla
Gowalia Tank Maidan
Bombay, 30 de Septiembre de 1968oshogulaab.com
Fuente: es.wikipedia.org Osho